3 sept 2012

Choqué con una remera y resultó ser un martillo

Hay personas, que debajo de la remera, llevan un martillo, a la altura del corazón, por delante del alma.
No lo llevan para clavar un Renoir, torturar un profeta, construir la cucha del perro o matar vampiros de Transylvania. Están para que nos odiemos. Para inventarnos dolor, moretonear el cerebro.
Caminan con remeras de paz, amarillas, verdes y rojas, pero su piel lleva el sabor amargo y seco, rancio y oxidado, duro y frío, del mango de madera y la punta en cubo.
De la mañana con humo negro y humor gris, del budista que no cree en la tierra, del macho que odia a los machos que no cojen hembras, de la voz silenciosa que retumba en el baño y pensás y solo perdés agua y ganas de sentir. Los "ser o no ser" deprimidos por Schopenhauer, los que no quieren creer porque no se les puede creer, los que achican los ojos cuando no los ves, inventores de historias para existir mañana. Están en todos lados y se puede ver el martillo.
Si el mundo tuviera menos remeras, se colgarían más cuadros de Miró.

No hay comentarios:

Publicar un comentario