15 sept 2014

Encestando con Wido (Guido)

Era de noche, íbamos a un jugar unas partidas de ajedrez con algunos viejos sabelotodo, conocedores de bromas con insultos; hombres de brea con mas asfalto que nosotros, con tatuajes hasta la coronilla.
Antes de osarnos a combatir sus alfiles y torres, decidimos alimentarnos en un negocio al lado, llevábamos horas de whisky y cerveza, todo se tambaleaba, los autos parecían avispas, así que necesitabamos comer al menos unas empanadas de ayer recalentadas al microondas.
Cuento mi dinero y es muy poco, mi amigo tenia demasiado, pero me miró con los ojos perdidos como si yo no estuviese acá, y el no estuviese ahí donde estaba. A paso lento se fue alejando cantando "volveré, volveré a verte, esperame aquí", y el muelle de san blas ya a lo lejos con puro grito. No entendí nada, así que sospeche que no estaba en sus cabales, y era probable, que no iba a volver como decia y yo iba a quedar tacitamente como la del muell de san blas. Frente mio estaba el empanadero que parecia un indio cherokee gigantezco con los brazos cruzados, con las ganas de atarme el cuello a su hacha y llevarme de trofeo: "Acá, el pelotudo no quería pagar", y me ponga junto a otras cabezas de personas que tenian gula de empanada pero nunca pagaron.
Logre despistarlo con un "ya vengo" bastante veloz y empece mi camino en búsqueda del amigo. El amigo de San Blas. No tengo idea donde estoy, esta no es mi ciudad y aunque en el futuro lo sea aun no la capto; cae una garua de esas que no moja, sino molesta, constantemente, como cuando una mujer quiere estar con vos pero al mismo tiempo te dice que no quiere.
Busque en yuyos por una señal de el, en casas de luces apagadas, miraba los peatones desconocidos y hasta casi me acerco a una vieja que parecía mi vieja pero ni siquiera era humano: una estatua de Anna Frank. Así que fui al único camino que conocía, el de su casa, un edificio de setenta y ocho pisos, lo mas cerca que se puede estar del cielo, aunque ese momento me sentia en el mismísimo infierno, casi mojado.
Apenas subo el ascensor empiezo a ver manchas de líquidos por toda la pared, con un olor nauseabundo, decido bajarme cuatro pisos antes y empezar a caminar, porque era el hedor, o yo.
Escucho música ya cerca de su depto, guitarras desafinadas en eco, y esquivo ya lo que podríamos llamar "vomito fresco" con el mismo hedor que en el ascensor, que va como un sendero desde la primer vuelta del pasillo hasta la puerta entreabierta de mi amigo, y otro poto en la entrada, como si te diese la bienvenida a la ciudad un yanqui con la alfombrita: "Welcome home". Fucking bitch. Las empanadas aun esperaban, calentitas, recién sacadas del microondas, y solo habia vomito a mi alrededor.

-¿Como hiciste para llegar?- me pregunta
-Seguí tu vomito- le contesto.
-Ojala seas el único- dice sonriendo- Cerrate la puerta que entra el frio- y vomita un poco mas. Lo ultimo en su sistema por suerte. Reímos.
Dos horas mas tarde, entre discos de Spinetta y Hendrix seguimos bebiendo unos licores baratos que le quedaban de alguna fiesta, sin comer, sin jugar al peón contra el rey, hasta desvanecernos sobre el suelo, trágico y liquido. Solo espero haber limpiado al menos donde mi espalda se recosto toda la noche.

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