27 feb 2012


La ostia madre. Dios se escapo.
No escucho muy bien, la habitación huele a vejez, a polvo, a un tiempo pasado indeterminado que nunca se fue, como esa vieja maquina de escribir que espera dedos. Las botellas están rotas, vacías, escupidas, es mi ultimo porro y no hay dinero de este país, al menos no hoy, aunque el problema sera del mañana. Ayer tampoco hubo de todos modos.
Hay unas pisadas cerca del baño, ¿serán de Dios? Iban encaminadas hacia la puerta del patio y luego se perdían por el césped. Invente un recorrido sin vueltas pisando el verdor fresco, esquivando grillos, alarmas, osos, y llegue a una enorme pared amarilla que siempre esta ahí pero no recuerdo haberla visto. Tenia una marca por arriba, un jeroglífico que se perdió, tuve que traer una escalera para tenerlo frente y analizarlo. Resulto ser un dibujo, un niño jugando a la pelota con un sombrero multicolor, frenado, ahí, no se mueve, y seguro no se mueve porque lo veo, tiene temor a mi lujuria, no juega. Ya me iré, y seguirá parloteando con su pelota mientras por otro lado sigo buscando olores que no recuerden nada. Se muy bien que no los buscare en la cama, ese inmenso, gigante cuadrado de pieles gastadas, cambiadas, donde muchas veces se creyó saber quienes eran quien. Es solo olor a dolor.

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