26 jul 2011

Desconfia en el capullo borracho


No había polillas en la luz, ni llamados nocturnos o estrellas resplandecientes. El fuego consumaba el tabaco, la televisión con su radiación y un vaso mucho más que medio vacío. El gato busca su presa, pero solo encuentra comida balanceada en el viejo pedazo de plástico que encontré sobre la calle. Y no tiene mucho.
Símil a un huérfano, a un hielo que se derrite, colilla consumada, migajas de pan, así debe de sentirse la soledad. Por suerte el alcohol, que levanta un limón del fondo muy triste, amarillento oscuro; inundo mi vejiga y cuando vuelvo el vaso me corto el labio inferior, sabor a dulce guinda.
Medianoche en el rancho, mediodía en Hong Kong, lugar que me recuerda el comunismo y a travestís sin tetas, irrespetuosamente al menos, son fáciles de confundir esos malditos, o creo eran los Japoneses, usan su manía Otaku para transformarse en las reinas tecnicolor de la noche nipona de neón. Espero mi debilidad asiática jamás me haga perder si algún día corre la indeseada situación.
Escucho la tormenta sin lluvia, de esas que el viento aplaude los vidrios pero no hay quórum y dios no quiere mear. La última vez que tuve relaciones sexuales fue en un día parecido, pero mis recuerdos no son gratos: lagunas de menstruación, manchas rojas, baño inmediato, despedida vergonzosa y una corrida al inodoro compañero. Él cuerpo femenino posee fantásticas maneras de expresarse. Infinita e inigualable. Podría pasarme la vida viendo a cada mujer hacer una de sus únicas finuras que le corresponde a su ser, su adn, alma, karma, como quiera llamarse. Me ahogaría en babas, no duraría el tiempo que requiere el analisis, una granja de utopía sexual individualista y corporativa, inservible como la mayoría de las cosas hechas en mi vida.
Una de ellas siendo éste vomito a culpa de no saber decirme “basta, ha llegado la hora de dormir”. Divertido fue de todos modos:
-Déjenme, o permítanme decirles, que el amor es como un capullo de semen con estiércol, olor a rosa y sabor a camarón. Cuando uno se acostumbra, los problemas brotan, la sangre florece y la próxima estación parece lejana, un largo viaje. Las discusiones de palabras que se pierden  con poco credibilidad, desde el pan frio por la noche al rastro de una zapatilla embarrada son causas mortales del rompimiento mental. Quebrar o prevalecer es la decisión de los viajeros.

Ya no se puede confiar ni en un vaso roto. Y ya estoy acostumbrado a repararlos.

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