19 jul 2011

Sonata mendiga


Medio putrefacto sobre la acera frenaba a contemplar el viento silencioso irrumpir su frente, entre luces encendidas apagadas, encendidas apagadas.
Un chicle pegado a la suela del zapato le conversa sobre la guerra Iraní, su paso por Colombia y las bellas mujeres de Guatemala. Deseaba que callara, estar solo era todo.
Sin autos a esquivar ni gente que no mirar, lo que dentro y fuera existe puede pertenecerle, o solo ser el sueño en la cabeza de un mendigo borracho rodeado de perros con hambre. Cartones rotos con manchas oscuras de carbón en forma de mensajes crípticos
-Help me help you.
Tirado el cielo oscuro sobre la tierra no ilumina el camino, entre pasadizos escondidos con olor a leche podrida y mierda que se mantiene fresca por la humedad. Busca lo que no encuentra. Vueltas carnero, vueltas rumberas, con el hambre sobre los pies, sostiene su cabellera frente a una pared rustica de 1800 y oye la voz de una mujer exclamar:
-Ya no más por favor, ya no más.
Descontrolado en todos lados, sin tiempo, se deshace en mil pedazos, distribuyéndose en cada uno de los gritos que emanaba la mujer. Cae inconsciente.
Horas pasaron para volver a su casa, despertar en su sillón acurrucado con la fría sospecha de haber estado en un trágico mundo inhabitable.  Levantándose en resaca fue hacia su cama y vio una mujer desfigurada tendida en el colchón, con los huesos mirando el afuera, emitiendo gemidos  entre la respiración inconsciente, el sufrimiento constante que titubea en lo inacabable.
-¿Cuántas horas llevas aquí? ¿Por qué has hecho de mi sufrimiento tu cantar?-preguntaba a la mujer.
Ella, entre la pequeña cascada de sangre que se deslizaba lentamente entre un camino marcado por coagulación, desde la frente hasta el ombligo, salpicando debajo la seda blanca de su bata, ahora en un rojo profundo carmesí,  como sus labios, que yacían dentro de una botella de metanol.
Continuaba el gemido irreproducible. La mente se puso en blanco, la laguna se lleno de recuerdos, y un chillido insoportable llenaba el vacio de la habitación. Alcanzó un hacha al borde de la cama y comenzó a golpearla en el estomago repetidamente, cediendo a incrementar el gemido en una sola nota, grito agudo en re bemol, junto al chillido que se mantenía a la par.
No pudo soportarlo, saltó desde la ventana hacia el aire, sin poder disfrutar su vuelo, ni su muerte, ni sus recuerdos, ni su niñez, ni su amistad, ni su mujer, ni los errores de un borracho, que desde un agujero en la puerta, creyó verla besándose al vecino, y solo era un reflejo de su mente podrida en whisky, fantaseando con el deseo de la tortura a si mismo, prefiriendo revertir su incondicional aburrimiento, a vivir la fiel verdad de reconocer el error de su amor.

El mendigo desperto, busco comida en el callejon para sus fieles compañeros, y camino hacia el centro a pedir un par de monedas.
-Deberia dejar el alcohol, estos sueños van a volverme loco- le decia a Robin, su perro mas fiel con el chicle pegado a la pierna.

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