28 nov 2009

Lluvia borrosa.

Cuando el cielo transformo su color a gris, me vi tentado en cantar alguna canción de amor, sin amor. La inmune señorita que me acompañaba parecía irremediablemente perdida en sus fantasías, mientras caminábamos rumbo al rumbo no determinado.
Nos encontramos con un lugar natural de fresco pasto húmedo, verde fluor, cuidado. Detuvimos la marcha y retire los cócteles de mi mochila. Investigamos con una mirada fugaz los alrededores para no levantar ninguna sospecha, y proseguimos a servir en vuestros vasos de metal. Copas de cristal importado.
Sonrojada en sus labios me miro detenidamente, con ojos perdidos y sangre agitada. Imito mi forma de sentarme, como indio. Simulo tener una pipa, transformada en chaman, haciendo malabares con las palabras descifrando mi futuro como guerrero. La risa contagiosa empezó a invadirnos, rodando sobre nuestras espaldas contemplando el cielo, que no cambiaba su color y amenazaba con llover.
Levantamos campamento, con una botella de ginebra menos, y nos dirigimos al norte, Canadá. Su modo de caminar traspasaba los límites de la formación femenina, de los estragos feministas y desnudos fílmicos. La risa contagiosa seguía su orden, las palabras se formaban a la perfección mientras me unía en su caminar, lento y cuidadoso. Mano a mano. De ciego a ciega.
Desperté con ojos cerrados, olvidando todo. Un sol amenazante me provocaba tos e irritación sentimental. El río pasaba a unos pocos metros de mis pies y una rama extraña, una forma circular ovalada irreconocible cruzaba por mi pecho, finalizando sobre el hombro, agarrada como las algas en el fondo del mar, dejándome atónito, obligando a volver con mis ojos y despertar de esta fantasía, de este iluso sueño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario